Prosopagnosia y evaluación

La unión de dos palabras griegas, aspecto (prósopo) y desconocimiento (agnosia), sirvieron al doctor Bodamer para dar nombre a  un trastorno neurológico que hace que la persona que lo padece sea incapaz de distinguir rostros, a veces, ni siquiera el propio. Me imagino, desde mi más profunda ignorancia, que la prosopagnosia debe ser algo parecido a lo que nos ocurre a los occidentales con los orientales y viceversa.

Obviamente, no vengo hoy a escribir ningún tratado sobre neurología, simplemente recurro a la descripción de este trastorno como símil al comportamiento que tenemos los docentes cuando se nos pide emitir un juicio sobre algo que no conocemos.

¿Ves a todo tu alumnado con la misma cara? ¿eres capaz de reconocer sus diferentes capacidades y talentos? ¿significa lo mismo el 6 de Miguel que el 6 de Irene?

A finales del curso pasado, mi querido amigo Pepe Arjona y un servidor, después de meses intentándolo, sacamos un ratito para conversar tranquilamente y filosofar un poco juntos. Sobre todo hablamos de nuestras experiencias recientes como aspirantes por un lado, o miembros de tribunales y jurados de premios por otro.

Se nos rompía el alma, a Pepe y a mí, lamentándonos de procesos selectivos y de los aspirantes que se quedan en el camino, de premios a vendedores de humo, y de otros muchos desatinos relacionados con la evaluación y para lo que parecemos no estar del todo preparados.

Los docentes debemos estar capacitados para evaluar, es parte de nuestra tarea diaria. Pero, ¿qué ocurre cuando nos piden evaluar aquello que no conocemos? ¿estamos actualizados para juzgar la capacitación profesional de otros docentes? Me temo que no siempre. Los tribunales de selección carecen de preparación específica, se configuran por sorteo, y a menudo, es difícil ir a trabajar de buena gana, y decidir el futuro de otras personas, a un ritmo frenético, cuando estamos en la vorágine del final del curso: todo un cúmulo de despropósitos.

Conversaciones con personas que han presidido tribunales de oposiciones revelan que, a pesar de la excelente voluntad e integridad de los vocales, no siempre estamos preparados para esta tarea. Y lo que nos traemos entre manos es mucho más importante para el futuro de nuestra sociedad que el resultado de un talent show donde un cocinero puede juzgar a una acróbata. En las manos de un docente, a lo largo de su carrera profesional, estará el futuro de miles de personas.

No todos ni todas conocemos con la suficiente profundidad los cambios legislativos, las nuevas propuestas metodológicas o las novedades introducidas por la comunidad científica en nuestras materias. Esta desactualización, natural y justificable, dada la carga de trabajo diario de la profesión, nos impide reconocer las destrezas de los aspirantes y entender su discurso: puede que los veamos a todos con la misma cara, o muy parecida. Poco hace a nuestro favor una prueba principalmente memorística con la que es difícil evidenciar la valía de una persona para un puesto de trabajo tan complejo.

Le evaluación es un proceso imprescindible. Toda actividad que se quiera mejorar debe ser observada, medida y evaluada, y lo hacemos… aunque como nos recordaba Miguel Ángel Santos-Guerra: es sorprendente el escaso uso que se hace de los resultados de las evaluaciones para realizar aprendizajes encaminados a la mejora.

Ayer mismo, Gloria Herrero, llamando a la conciencia de los presentes, nos mostraba en un taller sobre evaluación y rúbricas, el siguiente vídeo, que pone de manifiesto que hasta las niñas y niños de Infantil son capaces de manejar criterios de evaluación de una forma útil para el aprendizaje y pensando en esta mejora.

Por cierto, Gloria es una de esas docentes que inspira a muchos otros, comparte todo lo que hace y se deja la piel día a día en su instituto, a pesar de que el sistema siga sin encontrarla una candidata idónea.

Hace un par de semanas, Fernando Trujillo publicaba un post en el que hablaba de voluntad de cambio, y su lectura me ha vuelto a traer a la cabeza un pensamiento que rondaba por aquí: ¿realmente queremos arreglar los problemas? Algunos no dependen de soluciones muy complejas y como bien resume Santos-Guerra, una escuela pública de calidad debe mantener una exigencia constante sobre sus profesionales. Para ello tiene que formarlos de manera rigurosa, elegirlos de forma adecuada y motivarlos inteligentemente. En otras palabras, ya es hora de re-conectar la formación inicial y permanente, los procesos selectivos y la realidad de las escuelas.

Imagen: Unfamiliar situations can make things difficult for people with prosopagnosia. (Supplied: USA Films)

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