Las investigaciones en el campo de la Sociología y la Medicina revelan que las redes sociales, las personas con las que nos relacionamos -digitalmente o no-, afectan a nuestra vida hasta ámbitos insospechables. Nuestra relación con los demás puede llegar a condicionar desde nuestra inclinación política y valores morales, hasta nuestro estado de salud, ya que hábitos, comportamientos y patologías como el tabaquismo o la obesidad se propagan entre familiares, amigos, amigos de amigos, etcétera (Christakis y Fowler, 2010). Como resumen al libro Connected recomiendo el programa de Redes que, hace unos años, Eduard Punset le dedicó a James Fowler.
En nuestra sociedad actual, la de la información y el conocimiento, las redes sociales han cobrado un alcance universal. Hemos pasado a tener vínculos fuertes de colaboración, de cooperación, e incluso afectivos, con personas de ámbitos geográficos antes inalcanzables, y nuestras relaciones profesionales traspasan las paredes de nuestros centros educativos, de nuestra localidad y de los centros del profesorado. Si Fowler y Christakis sostienen que casi todo se contagia, ¿qué pasaría si asesoras y asesores pusiésemos más energía en formar parte de las redes de personas que asesoramos? ¿serán contagiosas la innovación y la motivación? En movimientos horizontales donde se encuentran personas con inquietudes comunes no hay duda de que esto ocurre, en caso de duda, os animo a descubrir el movimiento EABE (Martin y Sola, 2016) o la asociación Aulablog. También he observado algo parecido en actividades no tan horizontales como las jornadas de Innovación pedagógica organizadas cada año por el CEP de Antequera. Quizás estas actividades coincidan no sólo en su carácter más o menos horizontal, puede que tengan otro ingrediente común imprescindible: la emoción.