La unión de dos palabras griegas, aspecto (prósopo) y desconocimiento (agnosia), sirvieron al doctor Bodamer para dar nombre a un trastorno neurológico que hace que la persona que lo padece sea incapaz de distinguir rostros, a veces, ni siquiera el propio. Me imagino, desde mi más profunda ignorancia, que la prosopagnosia debe ser algo parecido a lo que nos ocurre a los occidentales con los orientales y viceversa.
Obviamente, no vengo hoy a escribir ningún tratado sobre neurología, simplemente recurro a la descripción de este trastorno como símil al comportamiento que tenemos los docentes cuando se nos pide emitir un juicio sobre algo que no conocemos.
¿Ves a todo tu alumnado con la misma cara? ¿eres capaz de reconocer sus diferentes capacidades y talentos? ¿significa lo mismo el 6 de Miguel que el 6 de Irene?
A finales del curso pasado, mi querido amigo Pepe Arjona y un servidor, después de meses intentándolo, sacamos un ratito para conversar tranquilamente y filosofar un poco juntos. Sobre todo hablamos de nuestras experiencias recientes como aspirantes por un lado, o miembros de tribunales y jurados de premios por otro.